Livingston Armytage es un abogado australiano. Durante la mayor parte de su carrera, se ha especializado en reforma de la justicia y en educación para la justicia, cumpliendo tareas para agencias tales como Las Naciones Unidas, el Banco Mundial, AUSAID y USAID.
Él ha trabajado en más de 30 países, incluyendo muchos de los lugares más problemáticos del mundo tales como Afganistán, Cambodia, Fiji, Palestina y Papúa Nueva Guinea. Lugares de pobreza aguda, frecuentemente luchando con traumas nacionales, donde la política y los sistemas judiciales son débiles y vulnerables.
Su preocupación central es la justicia y los desafíos de promover la imparcialidad en cuanto a las oportunidades y el desarrollo equitativo para los más desposeídos del mundo. Su tesis de doctorado, “Reformando la Justicia: una travesía de imparcialidad en Asia”, está en proceso de publicación por Cambridge University Press en abril.
Soy un especialista en reforma de justicia. Mi trabajo trata de mejorar el bienestar de la gente desposeída quienes, debido a la pobreza y a la desigualdad social son normalmente explotados y a los que se les niega el acceso a la justicia.
En el 2001 me ubicaron con mi esposa Miyako, a vivir en Islamabad, la capital de Pakistán. Esta era una misión de dos años, para desarrollar un proyecto de $80 millones para el Banco de Desarrollo Asiático, con un equipo de 20 expertos internacionales y locales. El propósito de este proyecto era reformar la justicia en cuatro provincias pakistaníes.
Este era el mayor proyecto de reforma de justicia en el mundo hasta la fecha, ocupado con la construcción de tribunales, de modernizarlos con tecnología, de conducir reformas de justicia y de educar a los jueces, entre otras muchas cosas.
Como la mayoría de los proyectos, este tenía sus aspectos peculiares. Mi esposa y yo vivíamos en la menor de las casas disponibles, que resultó ser la espléndida residencia de cinco habitaciones de un embajador. En cada habitación había una bañera, y cada bañera era de un color diferente, para agradar al dueño, o quizás, especulando, debido a la fantasía del embajador.
Realmente amamos a Pakistán, a pesar de que ahora se le conoce cómo un estado problemático. La gente es invariablemente hospitalaria, amable y cortés. Durante nuestro primer año, escribimos postales de forma entusiasta a todos nuestros amigos, invitándolos a visitarlo y describiendo a Pakistán como el secreto turístico mejor guardado del mundo.
La gente piensa que Pakistán es un desierto caliente, llano y árido, parte de lo cual es cierto, pero gran parte del país está también localizado en el Hindu Kush, las estribaciones del Himalaya. Consecuentemente, hay aquí más altas montañas que en Nepal, y muchos más majestuosos picos nevados que en Suiza.
En Pakistán hay un muy fuerte sentido de historia y más recientemente de su pasado colonial, el mundo del Imperio Británico de la India. El mundo de los grandes desafíos, cuando las potencias imperiales de Gran Bretaña, Rusia y Francia agotaron sus guerras y poder para influir en Asia central y controlar sus recursos.
Pakistán está rodeado y en muchas formas definido por la India en el este, Kashmir en el norte, y Afganistán en el oeste; el centro de un interminable remolino de intereses globales conflictivos.
Este es el mundo de Kim, el Hombre que Sería Rey, y otras aventuras tipo Kipling. En 1987, Winston Churchill sirvió como joven subalterno en la guarnición de Malakand, cerca del Paso Khyber entre Afganistán y lo que ahora es la Provincia Fronteriza Noroccidental Pakistaní. ¡Hay cosas que nunca cambian!
Quetta
Ese día, viajé a Quetta, la capital de Beluchistán, que es la provincia pakistaní occidental. Este viaje fue para organizar una importante conferencia judicial en la que trabajé en solitario con el jefe de Justicia y los jueces de la Corte Suprema.
Beluchistán es uno de los lugares más remotos y subdesarrollados de este mundo. Colinda con una frontera montañosa entre Afganistán y Pakistán. Esta frontera; la Línea Durand es el problemático legado de la regla colonial británica, que divide el grupo étnico local, los Pashtums, que viven a ambos lados de esa frontera, lo que contribuye a las continuas tensiones en esa región
Pakistán se niega a redefinir esta problemática frontera porque contiene vastos recursos naturales de petróleo y gas. Este es un ejemplo de actualidad de los asuntos de justicia históricamente no resueltos que se han agudizado en la arena internacional, que se ha dejado caldear por el fenómeno de la insurgencia y que ahora está abierto a un conflicto armado.
Se ha especulado que Osama Bin Laden se escondía en Quetta durante esta visita. La remotas montañas y valles de Beluchistán han servido evidentemente como favorable medio para Al Qaeda durante los años transcurridos.
Ajeno al presagio de esta coincidencia, estaba hospedado en un bello y clásico hotel llamado La Serena, uno de las muy pocas cosas que ver de Quetta. Fue construido y es propiedad del Aga Khan, un filántropo entre otras cosas, que apoya muchas valiosas iniciativas en esta área, incluyendo muchos proyectos básicos humanitarios y culturales. Este hotel es un santuario rico en tradiciones y la cultura de la gente local, los Pastún y los Hazara, construido con barro y decorado con artesanía tribal local, con una alucínate vista a las escabrosas montañas.
La Tormenta
En este día, la conferencia terminó y tomé el avión de regreso a Islamabad. Es un vuelo de tres horas. Poco después de despegar, entramos en una enorme tormenta, la peor de las que he experimentado en un avión. Fue una masiva tormenta de monzón que oscureció el cielo con nubes color púrpura. No había salida; teníamos que pasar a través de esa oscuridad. Era un viejo avión y el tiempo estaba realmente turbulento.
Una vez conocí a un ingeniero aeronáutico, quien me explicó que las alas de los aviones estaban diseñadas para ser flexibles, no rígidas. Le recuerdo diciéndome que podían batir como las alas de un pájaro, y yo riéndome por no creerle. Ahora miraba a las alas de mi avión, observando como se estremecían y temblaban, esperando que lo que me había dicho fuera realmente cierto.
El avión se veía como arrojado hacia una insondable oscuridad, el ruido ensordecedor de los truenos queriendo romper nuestros tímpanos, y la centelleante luz de los relámpagos penetrando a través de las ventanillas. La cabina estaba a oscuras. Cuando miré a mí alrededor, todo lo que pude ver fue el terror apoderado de cada una de las caras. Estábamos abandonados. La tripulación se había atrincherado en sus asientos, y estábamos totalmente impotentes.
El vuelo estaba pasando sobre los picos del Hindu Kush. Uno de los aspectos más aterradores de la experiencia fue que ocasionalmente se abría una brecha en las nubes. Entonces se podía ver la tierra surgir debajo. Estábamos frecuentemente muy cerca de la superficie, a solo pocas millas de altura.
En estos terribles momentos, todo se hizo simple. Solo había una forma de lidiar con esta situación. Nuestro destino estaba más allá de todo control. Todo quedó bien claro: “si voy a morir hoy, aquí estoy listo”. Con esta comprensión, de repente me sentí imbuido de un inesperado sentimiento de entrega que reconocía mi total impotencia, lo que me quitó todo el miedo. Todo lo que podía hacer era seguir sentado tranquilamente, casi serenamente (aunque no del todo) que podía parecer sorprendente. Pero en retrospectiva reconocí que este era un don del latihan.
La Mujer
Había una joven mujer musulmana sentada a mi lado, que viajaba a Islamabad para asistir a la universidad.
En Pakistán, particularmente en Beluchistán, los hombres occidentales tienen que ser muy cuidadosos en sus relaciones con las mujeres. Esta es una sociedad islámica tradicional en al cual la conducta entre hombres y mujeres está estrictamente regulada. No es apropiado que un occidental le hablé a una mujer sin ser presentado; y aun así, nunca se dan las manos. Esta es una cultura en la que el honor se lava con la muerte; el contacto físico es tabú. Los hombres occidentales que trabajen en esta sociedad, tienen que respetar este tabú en términos absolutos.
Por lo que, fue algo realmente chocante, que luego del constante rugir de la tormenta a nuestro alrededor, ella extendió su mano hacia la mía y la agarró firmemente a lo largo del resto de la travesía. Finalmente, cuando la tormenta había pasado y desembarcamos en Islamabad, encontré la huella de sus uñas a lo largo de toda la parte trasera de mi mano como un estigma. Este encuentro fuera de toda convención se disolvió en un instante. Ella recibía el saludo de su familia. Ni siquiera nos dijimos adiós.
Ese Día algo Terrible Pasó
Al pasar por el vestíbulo del aeropuerto, me di cuenta de un ominoso silencio. Una muchedumbre se agolpaba silenciosa en total atención alrededor de los monitores que usualmente anunciaban la llegada de los vuelos. Extrañamente estos mostraban no las llegadas, sino imágenes de la televisión. Reconocí los rascacielos de Nueva York con humo saliendo del Centro Mundial del Comercio. Por un instante pensé que pudiera ser una película de desastre. ¡Pero este no era ningún entretenimiento!
Me apresuré desde el aeropuerto al carro que me esperaba. La noticia aún no se había difundido y mi chofer aún no sabía lo que había pasado. El viaje a la casa se llevó 40 minutos. Cuando llegué, llamé a mi esposa, Miyako: ‘algo terrible había pasado’
Era el 11 de septiembre del 2011, el día en que el mundo cambió. La tormenta por la que había pasado parecía ahora como un preludio, una metáfora, porque la tormenta que ha ensombrecido a esta parte del mudo desde entonces: un remolino que se ha engullido a Pakistán, aún no ha pasado.
Esta situación se convirtió de inmediato en muy peligrosa. Los Estados Unidos atacaron a Afganistán de inmediato, tal como antes lo había hecho Clinton, con imprevisibles resultados para todos en la región. Como extranjeros podíamos convertirnos en objetivos. Un guardia estaba asignado a nuestro hogar, con rifle, roncando cada noche inocentemente fuera de nuestra ventana. Se instalaron protecciones contra granada frente a cada ventana de nuestra oficina.
Luego de unas semanas, fuimos evacuados a Nepal. Irónicamente, al llegar a Katmandú, se declaraba la ley marcial y se imponía el toque de queda en toda la ciudad debido a la insurgencia maoísta. Tal parecía que estábamos más seguros en Pakistán.
A pesar de estos problemas locales, sin embargo, disfrutamos de tres tranquilos meses de relativa seguridad en Nepal. Pude continuar trabajando a distancia, y aprovechamos la oportunidad para escalar las espléndidas Montañas del Annapurna. También tuvimos suerte de encontrar algunas bellas artesanías tibetanas, una de ellas “la vieja cubierta tallada de un libro de oraciones tibetano” se muestra ahora en nuestra sala, luego de regresar a Sídney.
Cuando regresamos a Islamabad, el proyecto había cambiado su carácter totalmente. Nuestro financiamiento de $80 millones había sido misteriosamente elevado a $ 350 millones, una suma improcedente para un proyecto de reforma de justicia de cualquier medida global. A su debido tiempo quedó claro que esta era una recompensa al dictador militar de Pakistán, General Pervez Musharraff por aliar a Pakistán con los Estados Unidos en la nueva guerra contra el terror.
El Pakistán Que Amamos
En los años que han pasado Pakistán ha sido golpeado por las consecuencias del 9/11. Ahora, más que nunca, se le ve cómo un ‘estado problemático’. Ha habido un impacto calamitoso en la seguridad y bienestar de su gente, la vasta mayoría de los cuales son pobres, apolíticos y de nuevo peones de la nueva situación de ‘juegos de poder’.
El Pakistán que amamos ha desaparecido, al menos por el momento. En cuanto a nuestro Proyecto de Justica, este también se ha esfumado, nada de él queda en el caos reinante. El mayor proyecto mundial de reforma de justicia se ha dilapidado en la catástrofe. Mientras tanto, las injusticias y las desigualdades que estábamos enfrentando persisten. Algún día, pudiéramos regresar. Espero que eso sea pronto.
La entrevista con Livingston sobre la cual se basa este artículo fue conducida por Harris Smart. Él planea incluirla en su venidero libro, Siguiendo Los Pasos, sobre Subud.